Martín, el protagonista de La manzana en la oscuridad cree haber asesinado a su esposa. Lo engañaba. Él huye. Se culpa y se refugia lejos, entre tres mujeres. Una lo delata y él es detenido. En la cárcel fantasea escribir un libro “En homenaje a nuestros crímenes inexplicables”. La única manera de sobrevivir. ¿No, Clarice?
“Se trata de una situación simple –dice Clarice en “Los obedientes”- un hecho a contar y a olvidar. Pero si alguien comete la imprudencia de detenerse un instante más del que debería, un pie se mete dentro y queda comprometido. Desde ese instante en el que también nosotros nos arriesgamos, en el que ya no se trata de un hecho a contar, comienzan a faltar palabras que no lo traicionarían. A esa altura, demasiado comprometidos, el hecho dejó de ser un hecho para convertirse apenas en su difusa repercusión… A esa altura, ¿por dónde anda el hecho inicial?”
Como Mocinha o Margarida o Macabea, “Viaje a Petrópolis” o La hora de la estrella, nada se es, nada se quiere, nada se sabe. Migrantes, solas, pobres, pierden la familia y viven de la caridad ajena. Tan solo se pasea para conocer un poco las ciudades. En esos trayectos puede que se produzca un cambio: desde la ventanilla de un auto, un tren, desde un ómnibus, se ve un lugar, se presiente algo. Algo que no se conoce y se comienza, “finalmente”, a no entender. Cansadas, dejadas al margen de la calle, se recuestan y mueren. Entre tanto “Es absolutamente indispensable que sea una ocupada y una distraída”. “Ellos me quieren ocupada y distraída, y no es importante cómo”. “Habla, habla, me instruían… Habla mucho, es una de las órdenes”. Está tan cansada. Se refugia, entonces, en “un cierto modo cariñoso de lo incabado”, el fondo del cajón.
“Vamos a decir toda la verdad.
Esta no es crónica ninguna. Esto es apenas”
“Máquina escrevendo”. Río de Janeiro, 29 de mayo de 1971.
Allí, lo mal hecho, de alguna manera; porque lo que no sirve, sirve; porque en definitiva, interesa mucho, sobre todo porque “aquello que con poca gracia intenta remontar un pequeño vuelo, casi siempre cae sin gracia al suelo”. “Si tomo un aire hermético –dice una vez Clarice- es que no sé” y “Sin aviso”, “tanto mentí que comencé a mentir hasta mi propia mentira. Y eso –tan aturdida me sentía ya- era decir la verdad. Hasta que decaí tanto que la mentira yo la decía cruda, simple, corta: era la verdad bruta lo que decía”.
G.H., en su pasión, termina confesando: “Ya no sé de qué estoy hablando. Creo que inventé todo, ¡nada de esto existió!” pero asustada, en la incandescente lucidez de la mirada, agrega: “Pero si inventé lo que me pasó ayer, ¿quién me garantiza que no inventé toda mi vida anterior a ayer?”. Copia secreta de la escritura. Lo que podrá saberse, “lo que sabrás de mí es la sombra de la flecha que se clavó en el blanco”. “Desviada, sí, y por eso más violenta”.